Un remiendo a corazón

Hoy mientras me preparaba el desayuno y divagaba en diferentes pensamientos, saltando de uno a otro, termine en una reflexión:


Hay muchas personas que han sido lastimadas, están dolidas, cerradas, son duras, más en lo que respecta a los sentimientos. Y en general suelo ser bastante empática, porque me he sentido así, he tenido una etapa de no poder expresar ningún sentimiento por sentir que eso me hacía débil (si, si, es una cosa que si no se la vive parece ilógica. Decir Te quiero, Te extraño ¿Es mostrarse débil?), por eso intento entender, ponerme en el lugar e intentar recordar qué me ayudaba en esa época, cómo lograba la gente llegar hasta mí.

Pero en medio de eso, me doy cuenta que fui egoísta en ese momento, por pensar que era la única que la había pasado mal, la única a la que habían lastimado tan profundamente que creo una barrera infranqueable. El mundo está lleno de gente así, algunos se cierran de por vida otros no, como en mi caso, decidimos cambiar porque no vale la pena vivir así, cuidándote de que no te lastimen poniendo una barrera invisible que no permite ver lo que realmente nos pasa, porque sinos pasan cosas, amamos, nos enamoramos, pero no somos capaces de decirlo con palabras, quizás si de demostrarlo, al menos yo, aun en esa época, no podía controlar lo que sentía, aunque no lo dijera mis actitudes me delataban y ahora agradezco por eso.




Y esta misma incapacidad de poner en palabras lo que sentimos nos hace sentirnos enojados y mucho más cuando nos confrontan. El enojo es el único recurso que nos hace sentir resguardados, seguros.

Estamos tan ocupados en mantener esa barrera de no siento nada, (aunque se nos salga el amor por los ojos), nada me afecta (aunque se nos rompa el corazón por no poder besar a quien queremos o abrazar a un amigo) que no caemos en la cuenta de que el otro también la pasó mal, de que quizás al otro también le cuesta expresarse, por más que sea más abierto, que también le han roto el corazón, que también ha llorado noches enteras no entendiendo el por qué, que también se ha sentido denigrado, frustrado, abatido al punto de pensar que no es merecedor de que alguien lo quiera.

Cómo sabemos cuántas vueltas dio en su cabeza, cuántas noches sin dormir para expresar lo que sentía, para acercarse. Cuántas inseguridades tuvo que vencer.

Llegamos a estar tan compenetrados en nuestro propio dolor que nos hacemos insensibles al del otro. Quien también tiene que cuidarse y decir basta al no recibir ninguna muestra de afecto, por más mínima que sea, todos necesitamos esos pequeños detalles que nos hacen sentirnos especiales y al no verlos siempre nos terminamos alejando.

Incontables las personas que pedí en esa época, algunas valían la pena otras quizás no, pero ahora haciendo balance, no valió la pena. No voy a negar que aprendí mucho, pero a un gran costo.


Me costó entenderlo, siempre aposté a lo seguro, pero el cambio, el intentar, el jugársela, es lo que hace que todo valga la pena. Si, nos vamos a pegar unos buenos golpes, o quizás no, quizás no valla mejor de lo que esperamos, pero a la larga va a valer la pena, porque hay gente que vale la pena y con el tiempo es doloroso ver las oportunidades que nos perdimos por jugar a lo seguro, por no llevarse por una corazonada y decir: ¡creo que esta persona vale la pena, vale mi confianza, vale dejarla entrar!

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